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Ayumpun

 

Ayumpum quería tener una huerta, entonces llamó a dos jóvenes los más fuertes de la comunidad y les dijo: Jempe y Yakakua, los he elegido para que me ayuden hacer una huerta.  Al siguiente día Jempe madrugaba a su trabajo y regresaba antes de las diez. Mientras que Yakakua regresaba muy tarde. Las mujeres de la comunidad comentaban: Yakakua es un gran trabajador,  se pasa el día labrando la tierra. En  cambio, Jempe trabaja al apuro, regresa temprano; Yakakua se esfuerza y regresa cansado y muy tarde de su trabajo. Otra mujer dijo: A Yakakua hay que servirle una buena comida, a Jempe por ocioso, démosle de beber agua. Las mujeres se reían de Jempe y lo despreciaban. Ayumpum mandó a las mujeres a verificar cuánto habían trabajado cada uno de los jóvenes. Cuál sería la sorpresa de las mujeres al mirar que mientras Jempe trabajaba concentrado en la tarea había logrado cultivar más de la mitad de la huerta; Yakakua, despacio y con pereza, tomaba una piedra del terreno y a manera de juego la hacía rodar en la planicie. Las mujeres regresaron apresuradas a la casa para contarle lo visto a Ayumpum; para compensar a Jempe por su trabajo, le prepararon un gran banquete, pero el joven rechazó porque se había indigestado con el agua de pororó que le diero n a beber las mujeres. Por su buen proceder Jempe se convirtió de inmediato en un hermoso colibrí, destinado a chupar la miel de las flores. En cambio, Yakakua no solo fue el objeto de desprecio de las mujeres, sino que como castigo a su vagancia le cocinaron la sacha pelma y le dieron de comer, entonces, al joven le sobrevino una comezón tan intensa en la garganta y en el cuerpo que no paraba de rascarse y la piel se le puso de color rojo intenso. Entonces se convirtió en un ave de pescuezo rojo muy poco agraciada. Etsa miraba disgustado a Yakakua y complacido con la actitud de Jempe soplando al viento estas palabras: “El que sepa trabajar será feliz y tendrá lo necesario para su familia; el vago y deshonesto será mal visto por la sociedad”.

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